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sábado, 13 de junio de 2009

R.G COLLINGWOOD, G. DICKIE, A.DANTO. RESUMEN- RECESIÓN DE SUS TEXTOS. COMPARATIVA DE LAS TEORÍAS FILOSÓFICAS ESENCIALISTA E INSTITUCIONAL DEL ARTE.

En el siguiente comentario pondremos de manifiesto las diferentes teorías defendidas, de un modo sintético, por tres autores: R.G. Collingwood, Los principios del arte, A. Danto, La transfiguración del lugar común y G. Dickie, El círculo del arte. Es un resumen-recesión en la que se encuentran similitudes y puntos en común, que a modo de comparativa, hace que seamos conscientes de las diferentes consideraciones sobre el arte y lo artístico en diferentes teorías filosóficas.

CONCEPTO ESENCIALISTA OPUESTO AL CONCEPTO INSTITUCIONAL

Collingwood afirma que el arte es una presencia espiritual que suscita y aparece cuando se contempla una obra. Lo que hace que el hombre pueda hacer arte y el animal no, es que el primero tiene espíritu, que es dependiente del cuerpo. Aquellas actividades que el ser humano hace desinteresadamente para la elevación espiritual del mismo, son por tanto inútiles por naturaleza si se destinaran a otro fin. En este conjunto se alberga al arte. Para diferenciar al arte de otros tantos objetos como la artesanía hay que tener en cuenta el fin con el que se concibieron, su funcionalidad material o su dedicación a la contemplación artística. El arte es también una práctica contemplativa y desinteresada que se vincula con la actitud estética. A partir de esta concepción contemplativa práctica de la estética se habla de arte hoy día, con la aportación que hizo Kant en La crítica del juicio.

En lo referido anteriormente como actitud estética y práctica contemplativa y desinteresada del arte, pretendo hacer alusión a lo planteado por Kant y a la diferenciación que puede establecerse entre arte y artesanía que defiende Collingwood. Es decir, la práctica contemplativa del arte responde a un criterio que viene de la mano del romanticismo, donde el genio creador, dotador de vida hace objetos destinados al goce estético, a la práctica contemplativa sin ninguna pretensión o funcionalidad clara. Por el contrario, en la artesanía, como en otra actividad en la que se desarrolla algo, el fin al que se pretende llegar, el objetivo es funcional.

Podríamos concluir, que según la postura de Collingwood en Los principios del arte, de un modo muy resumido y captando la idea general, el arte es una religión salvadora, es decir, una entidad muy elevada que es capaz de mover la espiritualidad del mundo y del artista, quien es un genio-profeta que manifiesta la verdad por medio de su obra. La obra del artista, el arte, eleva espiritualmente la sociedad que participa de él.

Por otra parte, Dickie comienza su discurso remitiéndose a las teorías del arte defendidas por Platón en La República, dónde su principal preocupación es la organización de las personas en una sociedad ideal. A parte de las teorías de Platón, casi ningún filósofo ha escrito sobre teoría del arte, con la consecuente aceptación general del pensamiento filosófico sobre arte de la postura platónica, en la que el arte es imitación.
Dickie, comentará de esa afirmación que como definición es parcial, ya que se trata de una identificación y como tal, no funciona en todos los casos, aunque se ha tomado como válida. En El círculo del arte habrá que cuestionarla.

Partiendo de que no hay ninguna condición o conjunto de condiciones imprescindibles para que algo sea arte (no hay ninguna esencia que compartan todas las obras de arte) Dickie plantea la idea de formalizar una nueva teoría (ya planteada, parece ser, en su anterior obra, Art and the Aesthetic), a la que llama La teoría institucional del arte, con la que se llega a entender la obra de arte como resultado de la posición que ocupan dentro de un marco o contexto institucional, es decir, concebida como el objeto de contemplación de una sociedad, de un contexto, de la institución que conforma el arte.
De este punto de partida, el autor alcanza a considerar la obra de arte como aquel objeto que llega a obtener un estatus determinado. Esta es una postura que depende del factor contextual y del peso que ejerce la sociedad a la hora de asignar el llamado estatus.

Otra de las cuestiones que plantea Dickie es la separación de los diferentes objetos según la función que se les dará. Una separación entre la obra de arte y el objeto convencional. Como hemos dicho antes, las obras de arte se sitúan en un marco contextual. Al igual que Arthur Danto (o por lo menos compartidamente), esta postura sostenida por ambos, aunque Dickie sea algo más radical, sostiene que es complicado hacer la diferencia entre obra de arte y objeto convencional. Para ello debemos atender al contexto en el que uno y otro se desenvuelven para concluir en cuál de ellos será arte y cuál no.

La asignación de estatus a la obra de arte no es una meta a la que llegar porque son objetos merecedores de ello, sino que por naturaleza, la obra de arte, por el convencionalismo que ella trae consigo irá adquiriendo una posición concreta en la sociedad, que además, es lo que se procura que consiga.
Por eso en este punto Dickie habla de la circularidad que se genera en torno al tema:

¿Es el trabajo hecho al crear un objeto sobre el trasfondo del mundo del arte el que constituye ese objeto en obra de arte? (Pág. 24)

El arte es una práctica que puede estar al alcance de cualquiera, pero está claro que no todas las cosas pueden llegar a ser consideradas como arte. Para poder solventar estas cuestiones es necesaria una teoría del arte que nos permita, según unos parámetros, designar que cosas pueden ser o no ser arte o que una serie de objetos puedan llegar a serlo. Esta teoría nos permitirá además reflexionar acerca de lo que es buen arte y otras subclases de las obras de arte que merecen ser discutidas.

En el siguiente capítulo de El círculo del arte, Dickie, hace un repaso a los escritos de Arthur Danto concediéndoles la distinción que merecen. Será en este capítulo donde veamos las similitudes y diferencias más asentadas entre la teoría institucional de uno y las oposiciones del otro, aunque sean coetáneos y vislumbren una meta similar.
Este segundo autor es partidario de la idea de que no siempre podemos identificar las obras de arte. De hecho, en la Transfiguración del lugar común, Danto, con un claro ejemplo de obra de arte como objeto cotidiano trata de explicar la “injusticia de rango” que se da cuando un mero objeto pasa a ser obra de arte. En un momento dado, Arthur Danto alega que su única preocupación es investigar cómo se accede a la categoría de obra de arte (Pág.- 29), porque la teoría del arte puede encontrar en ocasiones una serie de dificultades para distinguir entre obras de arte y objetos que expresan sentimientos, pero que aún así, no son obras de arte ni que el contexto sea lo suficientemente eficaz como para designarlas.

De los juicios que estos autores hacen se puede deducir que además de la intención del artista, el contexto en que tiene cabida la obra que se genera, o lo que ésta es capaz de evocar en el espectador, existe otro aspecto que cabe tener muy en cuenta para distinguir la obra de arte: el juicio estético. Junto con éste, la valoración crítica hace del objeto habitual una obra de arte en cuanto que se contempla como algo más. Aquí el autor comparte similitudes con la postura de Collingwood que se menciona en los primeros párrafos: la actitud estética y la práctica contemplativa. De esta forma nos hacemos conscientes de que hay tipos de obras que son difíciles de clasificar por su contenido y su estética. Las valoraciones que hacemos de tales obras contribuyen a menudo a comprender por qué son acciones artísticas.

Danto atiende a un factor que se le puede escapara a Dickie: la función del espejo, en relación con el arte como imitación. Cuando la obra de arte, en apariencia, sólo pretende mostrar la copia fidedigna de aquello que representa, debe de existir un interés aún más profundo, porque a parte del factor copia, existe una función de autorreconocimiento, que dará al espectador una especie de conciencia con respecto a esa realidad que en tanto que copia, es independiente de su “original”:

“incluso el parecido entre pares de cosas, no convierte a una en imitación de la otra” (Pág. 38)

Pero aun con esto, establecer la diferencia entre una obra de arte y una cosa real es lo que permite el placer del amante de arte, según Danto. Es una experiencia ilusionista.
Collingwood habla del procedimiento de la magia como aquello que no tiene que ver con la ciencia y la religión. Es algo irracional que permite que un emisor de modo intuitivo sin premeditación, exprese una idea y que el receptor, sin conocer aquello que expresa, lo comprenda.

Aún así, es este autor quien afirma que la teoría de la mímesis de Platón es perjudicial en tanto que es mimético y en tanto que es mimético es ilusorio y permanentemente ilusorio: “el arte mimético representa la posibilidad permanente de ilusión” (Pág. 43). El sentido de la imitación es el de la representación, ya sea por el sentido de aparición (relación de identidad) o por el de encarnación (relación de designación). La imitación de algo siempre será una falsa creencia en que aquello es lo real, como cualquier objeto convencional puede ser una obra de arte. Debe hacerse bien visibles las connotaciones exclusivamente artísticas de los objetos de arte en su exposición, como peanas en la escultura, el material de la obra o el marco del cuadro, para que esta confusión no llegue a nosotros y creamos que cualquier objeto es una obra de arte. Pero como dice Dickie, una obra de arte lo es si satisface ciertas condiciones definidas institucionalmente, sean estas, intencionalidad y forma significante, así, las conclusiones de los dos llegará un punto en común en el que los objetos se destinan a cumplir una serie de cometidos específicos en relación con los que cumplen otros objetos que encontramos en el mundo. Para concluir, haciendo referencia a una afirmación de Danto: no puede existir una teoría general del arte, porque sería imposible albergar obras de tan diversa procedencia y carácter.

1 comentario:

Unknown dijo...

JORGE ROARO:
PARTE I: DANTO Y SU VISIÓN DEL ARTE
ARTHUR COLEMAN DANTO (1924-2013) fue indudablemente uno de los más influyentes pensadores dedicados en el último medio siglo a reflexionar sobre la naturaleza del arte y el papel que éste juega en nuestro mundo hoy en día; desafortunadamente, eso no significa que este filósofo del arte haya contribuido gran cosa a enriquecer o a ayudar a entender mejor nuestra experiencia estética ante los fenómenos artísticos, ni mucho menos que haya aportado algo concreto que permitiese enderezar un poco el camino que sigue el arte institucional contemporáneo para sacarlo de su actual decadencia y mediocridad. De hecho, me parece que fue todo lo contrario, de modo que en las siguientes páginas trataré de explicar brevemente por qué creo que la influencia filosófica de Danto ha sido francamente negativa para el desarrollo de nuestra visión del arte contemporáneo.